la canción del Chiki-Chiki ha conseguido agitar una especie de movimiento de terrorismo televisivo sumamente saludable. Su promotor, Andreu Buenafuente, merece por ello nuestro aplauso: la idea de presentar la candidatura del Chiki-Chiki al festival de Eurovisión constituye una de las burlas más desinfectantes e ingeniosas que uno recuerde en la historia del medio televisivo; una burla realizada, además, desde dentro, acatando las reglas de juego impuestas por el medio, sacando partido de sus artimañas. Sólo por ello, Buenafuente debería ser recordado como uno de los más grandes humoristas de nuestra época. Porque lo suyo no ha sido una mera burla del festival de Eurovisión (uno de los cónclaves tradicionales de la caspa televisiva), ni una mera burla de los sistemas de votación popular introducidos en los últimos años en los programas de descubrimiento de presuntos talentos (Operaciones Triunfo y demás morralla imitativa), sino una burla de mayor alcance, una burla oceánica que remueve los cimientos del medio, exponiéndolo –como a nosotros mismos– ante el espejo deformante de la caricatura. Después del Chiki-Chiki, la televisión ya no será la misma: de algún modo, la ocurrencia de Buenafuente ha servido como catalizador de una revuelta gamberra que obliga a la televisión a reírse de sí misma, a aceptar su propia memez engreída.
Este de Prada (cada vez más obeso), coincide plenamente conmigo (o yo con él). Pero lo explica con una prosa impecable cosa que a mi me fallaría un poco.
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la canción del Chiki-Chiki ha conseguido agitar una especie de movimiento de terrorismo televisivo sumamente saludable. Su promotor, Andreu Buenafuente, merece por ello nuestro aplauso: la idea de presentar la candidatura del Chiki-Chiki al festival de Eurovisión constituye una de las burlas más desinfectantes e ingeniosas que uno recuerde en la historia del medio televisivo; una burla realizada, además, desde dentro, acatando las reglas de juego impuestas por el medio, sacando partido de sus artimañas. Sólo por ello, Buenafuente debería ser recordado como uno de los más grandes humoristas de nuestra época. Porque lo suyo no ha sido una mera burla del festival de Eurovisión (uno de los cónclaves tradicionales de la caspa televisiva), ni una mera burla de los sistemas de votación popular introducidos en los últimos años en los programas de descubrimiento de presuntos talentos (Operaciones Triunfo y demás morralla imitativa), sino una burla de mayor alcance, una burla oceánica que remueve los cimientos del medio, exponiéndolo –como a nosotros mismos– ante el espejo deformante de la caricatura. Después del Chiki-Chiki, la televisión ya no será la misma: de algún modo, la ocurrencia de Buenafuente ha servido como catalizador de una revuelta gamberra que obliga a la televisión a reírse de sí misma, a aceptar su propia memez engreída.
Este de Prada (cada vez más obeso), coincide plenamente conmigo (o yo con él). Pero lo explica con una prosa impecable cosa que a mi me fallaría un poco.
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